Las joyas de Paradinas (II): la iglesia parroquial de Nuestr…

Las joyas de Paradinas (II): la iglesia parroquial de Nuestr…

Segovia – El Adelantado de Segovia

Jorge Esteban Molina *

La segunda entrega de nuestra colaboración para El Adelantado de Segovia sobre el patrimonio de Paradinas, localidad perteneciente al municipio de Santa María la Real de Nieva, estará enfocada en su iglesia parroquial, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción, declarada Bien de Interés cultural en 1972. De ella ya adelantábamos en la primera entrega que se trataba de un templo de trazas cuasi catedralicias erigido en el siglo XVI, en el que se combinaban sabiamente elementos arquitectónicos y decorativos del gótico final con una estructura y una concepción espacial plenamente renacentista.

Lo primero que llama la atención es la magnitud de este magnífico edificio, sobredimensionado y sorprendente para una localidad de tan exigua población en la actualidad, sin perjuicio de la notable calidad de sus trazas y ejecución técnica. Como se puede presuponer, la clave para entender el porqué de una obra arquitectónica de esta entidad obliga a conocer previamente algunos detalles de la singladura histórica de Paradinas, comenzando por su propio origen y continuando con el indudable proceso de desarrollo demográfico y económico que experimentó este núcleo de población desde el periodo plenomedieval hasta los últimos compases del siglo XVI. Un pasado histórico que debió ser ciertamente esplendoroso a tenor de lo que transmiten algunos datos documentales, reveladores del notable predicamento e importancia de la localidad respecto a otras de su entorno.

Vista de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción desde los pies.

Al igual que otros muchos núcleos, el origen de Paradinas debe enmarcarse en el proceso repoblador cristiano que, en distintas oleadas, fue sucediéndose en las campiñas meridionales del Duero una vez esta amplia franja territorial quedó en la retaguardia tras la conquista de Toledo en 1085 por Alfonso VI. Un dato muy revelador a este respecto lo constituye la donación de Paradinas por parte de Urraca I a los Caballeros Hospitalarios de San Juan, reflejo de la existencia de un núcleo de población estable en el primer cuarto del siglo XII. Diversos autores han sugerido atinadamente que el nombre de este nuevo asentamiento medieval, Parietinas, derivaría de su fundación en las proximidades de los últimos vestigios murarios conservados de la villa romana bajoimperial, cuyos pormenores ya fueron tratados en el anterior artículo. En ese sentido, parece factible que esa gran mansión latifundista, abandonada como otras muchas a lo largo del siglo IV de nuestra era, aún conservara parte de sus arruinadas paredes en el momento de la repoblación cristiana.

Como no podía ser de otra manera, esa nueva comunidad dispuso de un primer edificio religioso para cubrir sus necesidades de culto. El mejor ejemplo de esta afirmación lo constituye la pila bautismal labrada en caliza roja ubicada en el baptisterio de la iglesia actual, que, pese a estar asentada sobre un pedestal granítico de cronología posterior, posee una decoración gallonada de indudable filiación románica, muestra evidente de un reaprovechamiento mobiliario proveniente de un templo anterior, erigido probablemente durante el siglo XII.

Portada renacentista de acceso a la iglesia desde el norte.

Durante aquella etapa plenomedieval Paradinas debió experimentar un gran desarrollo socioeconómico. No en vano, como ya se señaló hace una semana, en el Plan de Distribución de Rentas del Cabildo de la Catedral de Segovia de 1247 la parroquia contribuía con XXVII maravedíes, una de las cantidades más elevadas de todas las pertenecientes al ámbito rural del arcedianato de Segovia. Ese vigor se mantendría a finales de la Edad Media y a lo largo del siglo XVI. Así, en el repartimiento realizado entre los pueblos de la Ciudad y Tierra de Segovia en 1487 para la reparación del Acueducto, también traído a colación el pasado domingo, Paradinas contribuyó con 6.640 maravedíes, el mayor montante de entre todos los pueblos que conformaban el Sexmo de la Trinidad, la demarcación más noroccidental de la Comunidad de Segovia. La pujanza de la localidad a todos los niveles condujo por tanto a que en el siglo XVI el templo medieval se hubiera quedado pequeño para las necesidades del culto, amén del estado de conservación que pudiera presentar en aquel entonces tras varios siglos de existencia. Por ello, no resulta extraño que, al igual que ocurrió en muchas parroquias de nuestro país, se optara por la construcción de una iglesia de nueva planta, de mayores dimensiones y suntuosidad, cuyas trazas fueron diseñadas por un gran maestro forjado a caballo entre el gótico crepuscular y los nuevos aires de la arquitectura renacentista.

Sin ser muy amplio, el estudio más completo realizado hasta la fecha sobre la iglesia que nos ocupa se debe a María Moreno Alcalde, quien la recoge en su obra “Arquitectura Gótica en la Tierra de Segovia” de 1990. Los detalles más interesantes de dicho estudio, complementados con múltiples apreciaciones personales derivadas de una visita de trabajo pausada y analítica, serán la base de lo aquí expuesto.

Vista general del interior del templo.

La iglesia de Nuestra Señora de la Asunción se erige aislada, aunque majestuosa, al suroeste de Paradinas, ubicándose en las afueras de la localidad y estando separada del propio casco urbano por el arroyo de los Caces, cuyo pequeño puente hay que salvar para acceder a la parroquial desde cualquier punto del pueblo. Cruzado el puente se alza ante nosotros el templo, delimitado por un murete de planta octogonal que secularmente ha marcado tanto su perímetro como el del cementerio parroquial. El edificio presenta un aspecto robusto y unitario, al ser el resultado de una etapa de obra concentrada fundamentalmente en el segundo tercio del siglo XVI, complementada con otra a comienzos del último tercio de la misma centuria a cargo de Diego de Matienzo, así como con otros dos pequeños añadidos en siglos posteriores, que no hicieron sino implementar leves modificaciones sobre la estructura inicial.

En su construcción se observa el empleo de diferentes materiales y técnicas de aparejo. Es mayoritaria la mampostería a base de esquisto y grauvaca, materiales autóctonos profusamente utilizados en esta zona de Segovia, ya que, si bien Paradinas se sitúa en una llanura sedimentaria, está prácticamente al pie, por el sur, del macizo Herciniano de Santa María la Real de Nieva, sin duda la cantera de extracción de este tipo de materiales. También se ha utilizado granito de la sierra de Guadarrama, fundamentalmente para la elaboración de sillares de refuerzo en las esquinas o en la cara externa de los contrafuertes. La sillería a base de caliza perfectamente escuadrada, en este caso de un color pajizo, tuvo como destino aquellos trabajos que requerían un mayor nivel de detalle, como cornisas, molduras de ventanas, el cuerpo de campanas o la portada. Finalmente, las dos estancias anexas añadidas a ese conjunto eclesial a principios del siglo XVII: la sacristía, adosada al lado de la Epístola, y el baptisterio, al lado del Evangelio, son ya piezas erigidas en un aparejo mixto que combina ladrillo y mampostería de esquisto y grauvaca.

Nave central de la iglesia desde la capilla mayor a los pies. Al fondo el coro.

Uno de los elementos externos más destacados visualmente son los contrafuertes, trece en total, reminiscencia gótica que refuerza de manera uniforme todo el perímetro del edificio, disponiéndose oblicuamente en las esquinas y la cabecera del templo. Cada uno de ellos se alza desde el basamento hasta casi alcanzar la cornisa mediante un talud. Sus caras laterales están conformadas mediante aparejo de mampostería mientras que las frontales se rematan con sillares bien escuadrados de granito.

El contrapunto renaciente lo encarnan las ventanas, seis en total, distribuidas en la cabecera, crucero, nave del Evangelio y pies de la iglesia. Todas ellas son de medio punto, en algunos casos con molduras aristadas. Igualmente renacentista es el cuerpo de campanas de la torre, cuyos cuatro frentes disponen de dos esbeltos vanos de medio punto, separados por pilastras cajeadas de orden jónico que sustentan un entablamento clásico, la cornisa y el chapitel. Este último cuerpo de la torre está perfectamente documentado, siendo realizado por el maestro de cantería cántabro Diego de Matienzo, quien debió finalizarlo hacia 1575. El tercer elemento renacentista del exterior es la portada, conformada por un arco de medio punto flanqueado por pilastras cajeadas de orden toscano, elementos que, junto con el empleo de idéntico tipo de caliza, apuntan al mismo artífice del cuerpo de campanas, en un empeño de éste por aplicar una superposición de órdenes, en combinación con el jónico de la torre. La portada se remata con un entablamento clásico en el que puede leerse YGLESIA DE REFUGIO (de perseguidos por la ley), sustentando un frontón triangular partido por una cruz y rematado en los extremos mediante pirámides con bolas.

Detalle de la bóveda de nervios del tramo central del crucero, sustentada en pilares cilíndricos estriados.

Una vez en el interior, llama poderosamente la atención la altura y amplitud del templo. También aquí es donde se muestra con mayor nitidez la dicotomía, más bien pugna armoniosa, entre la arquitectura gótica y la renacentista. Góticas son las cubriciones de la capilla mayor, oculta tras un retablo barroco, y las del crucero. En los brazos de este último, de planta rectangular, se emplean sencillas bóvedas de nervios con terceletes. Por su parte, en el espacio central que precede a la capilla mayor, de planta cuadrada, la decoración nervada adquiere mayor complejidad, con profusión de nervaduras, combados y patas de gallo surgidas a partir de una forma romboidal. En las claves de estas nervaduras se desarrolla un interesante programa iconográfico, disponiendo siete de ellas de decoración figurada. El repertorio gótico del interior se completa con un sistema de arquerías apuntadas, predominante en todas las naves.

La nómina renacentista tiene como principal exponente la propia disposición espacial del edificio, sintetizada en una planta de salón que se articula mediante un cuerpo de tres naves de idéntica altura, solución arquitectónica habitual en múltiples edificios religiosos erigidos durante el siglo XVI. La anchura conjunta de las tres naves posiblemente sea equivalente en dimensiones a la altura del templo. Sin embargo, éstas son desiguales entre sí, siendo la central el doble de amplia que las laterales. Cada una está compartimentada a su vez en tres tramos, si bien el tramo a los pies en el lado del Evangelio está ocupado por la torre y el de la central por el coro. Como elementos sustentantes de toda esta estructura se disponen seis robustos pilares cilíndricos sobre pedestales, de reminiscencias clasicistas. Dos de ellos presentan fustes estriados en granito, otros dos son de idéntica factura, pero realizados en piedra caliza y dos más con fustes lisos, también en caliza, se sitúan en el último tramo. Todo este conjunto de pilares sustenta bóvedas de cañón con lunetos, habituales en el siglo XVI, enfoscadas con yeserías posteriores de época barroca.

Pilar cilíndrico estriado sobre un pedestal. A la derecha se distingue la bóveda de nervios gótica del brazo del crucero y la izquierda la bóveda de lunetos renacentista, con revocos barrocos posteriores.

La gran incógnita de esta soberbia obra reside en su autoría. En este sentido, la documentación no aporta dato alguno. Desafortunadamente, el primer libro de Cuentas conservado de la parroquia cubre el periodo 1600-1639, un intervalo temporal a todas luces posterior a la finalización de las obras, encuadrables, sin duda, en el siglo anterior. A pesar de este silencio documental, María Moreno, en función de una serie de argumentos, cree ver detrás de las trazas del edificio, que no de la ejecución técnica, a Rodrigo Gil de Hontañón, uno de los arquitectos más afamados de nuestro país en el siglo XVI, con una formación a caballo entre la arquitectura gótica y la renacentista, atribución que ha sido ampliamente aceptada por otros especialistas en la materia.

Criterios tales como el empleo de la planta de salón, el diseño de la bóveda del crucero, similar al de la propia catedral de Segovia, de la que fue maestro principal, la utilización de gruesos pilares estriados, la disposición de la cabecera o la aplicación de contrafuertes exteriores coronados en talud parecen ser elementos habituales en el repertorio arquitectónico de este arquitecto. Otro argumento de peso en dicha atribución es la participación de Diego de Matienzo en las obras de la torre y el último tramo de la naves, finalizadas hacia 1575. Al parecer, este maestro se había encargado en 1569 de la ejecución de la capilla mayor de la iglesia del Salvador en Medina del Campo, cuyas trazas también fueron obra de Gil de Hontañón. Posiblemente, esa relación profesional ya existente entre ambos pudo ser determinante en la llegada de Matienzo a Paradinas para finalizar las obras de un edificio trazado previamente por el de Rascafría.

Pila bautismal gallonada reaprovechada de un templo románico anterior.

A la vista de lo hasta aquí expuesto, y con el objeto de dar por concluida esta colaboración, solo resta decir que esta imponente iglesia, en conjunción con la villa romana bajoimperial cuyos restos afloran en su propio casco urbano, hacen de Paradinas un destino merecedor al menos de una visita tranquila y reflexiva. Si bien es cierto que estos elementos patrimoniales son testigos silenciosos de un pasado brillante venido a menos, también constituyen un recurso evocador de primer orden para el visitante. Gracias a ellos la historia aquí se masca, por lo que no resulta difícil trasladarse mentalmente a otras épocas, sin duda más legendarias y sugerentes, vividas por este singular rincón de la Campiña Segoviana.

*Licenciado en Geografía e Historia, Diploma de Estudios Avanzados en Arqueología y autor del libro “La villa romana y la necrópolis visigoda de Santa Lucía, Aguilafuente (Segovia). Nuevas aportaciones para su estudio”.

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